En Argentina, por ejemplo, un estudio reciente constató que durante dos meses y medio de cuarentena crecieron sobre todo el miedo y la depresión, con 30% de participantes que ve con desesperanza su futuro.
Sin embargo, hay menos evidencia en cuanto a la manera en que esos malestares psicológicos y emociones impactan sobre la motivación de la población a respetar el distanciamiento social y otras medidas de salud pública, como el uso de mascarillas o el lavado de manos.
El Dr. Marcelo Cetkovich, director del Departamento de Psiquiatría de INECO, en Buenos Aires comenta que se podría pensar que después de tantos meses de cuarentena la gente está llegando a una fase de «extenuación» y eso podría favorecer una falla del control inhibitorio y la tendencia a cuidarse menos.
Sin embargo, por otro lado, señaló que el repunte de casos y conocer personas del propio círculo social que empiezan a contagiarse opera también como un llamado de atención y vuelve a activar las barreras de la precaución. «Funciona como una alerta. El miedo es una respuesta fisiológica de defensa que puede servir para guardarnos más
Sin embargo, también podría jugar en contra «Una de las cosas más difíciles es predecir es cómo actúan las personas en un contexto de fuerte emoción. Las emociones fuertes pueden llevar a cuidarnos, o por el contrario, disparar conductas disfuncionales (desaprensión, negación) que aumentan el riesgo de contagio y transmisión».