La tecnología subcutánea está en marcha, pero tiene varios desafíos antes de volverse un fenómeno global.
Del teléfono fijo pasamos al teléfono móvil. De ahí a las pulseras y relojes inteligentes. Entonces llegaron las gafas de realidad aumentada y ahora la siguiente generación de la tecnología para llevar encima del cuerpo parecen ser los microchips implantables.
Pero más allá de las teorías conspirativas que envuelven a esta tecnología, lo cierto es que es una herramienta que ya se está probando en algunas partes del mundo.
Ahmed Banafa, autor de varios libros vinculados al tema, define al microchip implantable “como un dispositivo que está encapsulado en un receptáculo de vidrio de silicato, apto para su inserción en el cuerpo humano. Estos implantes hipodérmicos suelen llevar almacenado un código de identificación único vinculado a determinado tipo de información, por ejemplo datos de identificación personal, antecedentes penales, historial médico, medicamentos, alergias o información de contacto almacenada en una base de datos externa”.
Estos chips se popularizaron en el 2017 con Suecia a la cabeza de la innovación. En este país ya son miles los que utilizan microchips implantados como llaves para ingresar a oficinas o gimnasios, pero también como billeteras digitales -como una tarjeta de débito- o administradores de datos médicos.
Pero a pesar de los avances técnicos todavía quedan dudas sobre dos aspectos fundamentales: la seguridad y la privacidad que pueden garantizar estos dispositivos. Banafa lo define así: “La llegada de esta nueva generación de tecnologías con capacidad para interactuar a una escala mucho más íntima con el ser humano que cualquier tecnología actual plantea nuevos riesgos y amenazas”.
La cuestión todavía no está del todo saldada. Y en un mundo donde los datos privados tienen tanto valor, esto parece ser prioridad al momento de implementar una tecnología tan vigilante que sin dudas necesitará de un marco regulatorio para su implementación.
Al mismo tiempo, el experto asegura que una vez que la gente confíe en la seguridad médica e informática de estos microchips, se deberá generar un mercado adaptado para el uso de esta tecnología y así lograr su expansión.
Se estima que para 2025 habrá 75 mil millones de dispositivos conectados a internet, desde celulares hasta vehículos o calefones. En pocos años, lo único que va a faltar conectar a la web es el cuerpo.